BUSCANDO EN LA BASURA

Voy buscando en la basura.

Unos labios que me digan:
“esta noche quédate”.


Hace varios días que apenas como ni duermo. La gente me rehuye. Soy una apestada de la sociedad. Desde que tengo conciencia siempre ha sido así...


El primer recuerdo que tengo, es de niña, cuando apenas contaba unos pocos años. Durante la verbena de las fiestas de mi barrio. Un niño, no mucho mayor que yo, se acercó y con su pequeña mano me rozó el cuerpo. Solo eso, un simple e inocente roce, movido por la curiosidad a lo desconocido. Pero ese gesto provocó que su madre le cogiera del brazo y lo llevara en volandas lo más lejos posible de mi, regañando su actitud y advirtiéndole que no se acercara a mi jamás, ya que según ella, yo era “lo más asqueroso que hay en este mundo”.


Con el paso de los años, aprecio mejor todas esas actitudes.


Soy consciente de esos sentimientos de reproche y asco que provoco, pero no puedo evitarlo, no puedo vivir escondida…, y aun así, es lo que hago. Me oculto de ellos, de todos.


Mi abuela Lola siempre critica mi cobarde actitud. Se empeña en sermonearme, que el problema está en el ojo de quien mira... y no en mí...


“Tú eres una criatura de Dios, hermosa como tantas otras, él te hizo como a mi y a los demás, y no debes temer, ni ocultarte. No debes huir de la gente, porque eso solamente te empequeñece.


Ellos son los que han de cambiar. Los que olvidan que en este mundo hay desgracias, hambre y oscuridad, abandono y miseria.


Son ellos los que al irse a dormir, borran todo lo negativo que han visto o percibido ese día.

Olvidan que somos muchos los que necesitamos ayuda para sobrevivir, alimentos con que criar a nuestros hijos, y calor para confortarnos en invierno.

Ellos son los cobardes, los inseguros, los que se sientan delante del televisor a ver las noticias. Noticias repletas de macabros hechos: atentados, mutilaciones, desgracias naturales, niños con la barriga hinchada y rodeados de moscas buscando en la basura algo, algo que les ayude a sobrevivir un día más.


Y lo ven, como quien se pone el culebrón de por la tarde, con absoluta parsimonia, como si ocurriera en otro planeta.


El mundo está podrido, pero desde dentro…”


Para mí todo eso son divagaciones de vieja. Porque la abuela Lola es más longeva que cualquier otra abuela del barrio, ha sobrevivido a grandes cataclismos y ha visto morir a varios hijos e incluso nietos. Pero quizás en sus palabras haya más verdad de la que quiero ver.


Me gustaría no ser como soy, no ser lo que soy, o lo que la gente cree que soy.


Y agazapada en mi escondrijo, en el hueco de un maloliente portal, sólo quiero pensar que quizás mañana cuando despierte todo será distinto, y que la calle nunca más será mi hogar.


No muy lejos, se empiezan a oír voces. Gente que se aproxima, niños que corretean por la calle apostándose entre ellos, a ver cual es el que lanza un escupitajo lo más lejos posible…


Vuelve el recuerdo de aquel primer niño y algo dentro de mí me impulsa a huir lejos, a salir corriendo. No me gustan los niños, son crueles.


Corro, corro lo más rápido que me dejan mis fuerzas, pero uno de ellos se ha percatado de mí existencia y en cuatro zancadas se acerca.


La suela de un zapato me golpea fuertemente la cara. Me estruja contra el suelo y no para hasta que se escucha un leve ¡crack!


El sonido de la muerte, de mi cuerpecillo partido y de mis tripas esparcidas.


Mientras se me escapa la vida, sólo escucho de fondo: ¡Mamá, mira, he acabado con ella, he matado a una sucia cucaracha…!

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