ROTA POR LA MITAD


Pablo se recostó sobre el madero, mientras veía como la barca se acercaba rítmicamente. Su madre le había hecho bajar al puerto, para ayudar a Miguel con la pesca.

Aunque el sabía que su hermano sólo había salido al mar para escribir, se había llevado su viejo cuaderno y eso significaba que en el, únicamente esperaba encontrar inspiración y no la cena.


Miguel buscó deseoso los ojos de Pablo y alzó la mano en forma de señal. Parecía que había tenido buena pesca, pues cargaba con un gran bulto.


Ya frente a él, Pablo tuvo que reprimir el impulso de abalanzarse sobre aquella mujer. Su piel blanquecina casi transparente, la jugosa boca, su aroma dulzón, el largo cabello que cubría el torso desnudo… todo le forzaba a amarla.

Cuando las náuseas llegaron a su garganta, sus ojos ya se habían posado sobre la escamosidad de su piel, que comenzaba bajo el vientre, y en el gris metálico de su extremidad.

A la mañana siguiente, una mujer apareció en la playa, muerta y rota por la mitad.


Pablo y Miguel cocinaron la cola de sirena como les había enseñado su padre: guisada en su propia sangre.










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